Des-amor: Una forma de vida.

Perdí los papeles un lunes por la mañana. La cordura se quedó esperando hasta el jueves.

Nunca resistí más de dos asaltos. Una vez lo intenté y acabé hasta las narices de kilos y kilos de sinsentidos diarios. Mucho blablablá pero nada interesante.

Pensaréis que no hay nada de lo que me pueda sentir orgullosa y yo… veréis… os doy toda la razón. No gustan los primeros planos, pero existe un odio con cierto gusto amargo al backstage. De esto que pides la luna, las estrellas y una caja de bombones en San Valentín pero al final decides que el Rock and Roll se baila mejor sólo delante del espejo recién salido de la ducha.

Las alusiones a inteligencias inexistentes y a obviedades innecesarias se vuelven algo común en los más de mil quinientos distintos sentidos de la palabra amor. Te explico: ni estamos a 3 metros sobre el cielo ni te pediré perdón si te llamo amor. Para ser exactos, es muy probable que jamás te lo llame.

Vivir por otro o morir por otro. Qué más me da. El mismo despropósito, la misma estupidez. Por favor es el momento, que alguien lo diga: “menuda amargada”. ¿No? ¿Nadie? ¡Ah, por fin! Gracias.

Al final, reconozcámoslo, somos nuestros únicos amores. Y no es algo malo, al fin y al cabo somos los únicos que podemos entrar en nuestro propio cerebro (no os equivoquéis, no he dicho que podamos entenderlo). Pero bueno, tiene su gracia, incluso suena a algo así como justicia poética: “Oye, te quiero, pero me quiero más a mí”.

Creo que esa última frase es la clave, aunque no tengo muy claro de qué. Pero bueno, eso son pequeños detalles.

Mira que lo tengo dicho… no me dejéis delirar, que ocurren estas cosas.

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